No quiere compasión, solo respeto. Mónica tiene 38 años y es una de las tantas mujeres que trabajan como limpiadoras por horas en España. Su historia fue contada en el canal Elandrevlog, donde dejó en claro que detrás de cada casa impecable hay una vida compleja, esfuerzo físico y jornadas que comienzan antes del amanecer.
Una rutina agotadora por 13 euros la hora
«Me levanto a las seis menos diez porque entro a trabajar a las siete y media», cuenta Mónica. Cada día encadena varias casas, locales y apartamentos, recorriendo Palma en autobús con sus productos de limpieza a cuestas. Su jornada comienza en una peluquería, donde limpia cristales, trapea suelos llenos de pelos, desinfecta baños y ordena toallas. Por ese trabajo cobra 20 euros por casi dos horas.
En el resto de sus encargos, el promedio es de 13 euros por hora. Si ese día hace cuatro horas, son 52 euros; si logra más turnos, puede alcanzar los 130 o incluso 150 euros. Pero no todos los días son así. «Hay semanas que entre todo junto sacaba 90 euros. Y con eso no se vive», afirma.
La importancia de la confianza
Además del esfuerzo físico, hay una parte emocional invisible pero fundamental en este tipo de trabajos: la confianza. Mónica tiene las llaves y las claves de acceso de todas las casas donde trabaja. «Eso es más importante que el dinero», asegura. Aunque ha conocido casos en los que otras personas han robado, ella insiste en que su mayor capital es la honestidad, y que la mayoría de sus empleos han llegado por recomendación.
Adaptarse para sobrevivir
Trabajar para familias extranjeras, especialmente alemanas o inglesas, implica también adaptarse a ciertas normas: no usar zapatos dentro de casa, estar en medias o incluso descalza. Todo forma parte de un trabajo que requiere más flexibilidad de la que muchas veces se reconoce.
Pero la vida de Mónica no siempre fue estable. «Llegué a estar tres días en la calle, sin un sitio donde dormir ni dinero para pagar una habitación», cuenta. Solo gracias a una amiga logró empezar de nuevo y construir una red de clientas fijas. Hoy vive con sus hijas en un piso de tres habitaciones por el que paga 750 euros al mes. «La calidad de vida aquí es buena, pero los gastos también. Hay que trabajar mucho para llegar a fin de mes».
Una vida digna, sin adornos
Aunque muchas veces se romantiza el trabajo independiente o se idealiza la vida en las islas, Mónica pone los pies en la tierra: «No quiero soltar los clientes que tengo, quiero hacerlo todo bien, pagar mis impuestos y quedarme aquí. La tranquilidad no tiene precio«.
Su testimonio es un recordatorio claro de que hay trabajos invisibles que sostienen nuestras vidas, realizados por personas que -como Mónica- no piden aplausos, pero sí respeto.
No quiere compasión, solo respeto. Mónica tiene 38 años y es una de las tantas mujeres que trabajan como limpiadoras por horas en España. Su historia fue contada en el canal Elandrevlog, donde dejó en claro que detrás de cada casa impecable hay una vida compleja, esfuerzo físico y jornadas que comienzan antes del amanecer.. Una rutina agotadora por 13 euros la hora. «Me levanto a las seis menos diez porque entro a trabajar a las siete y media», cuenta Mónica. Cada día encadena varias casas, locales y apartamentos, recorriendo Palma en autobús con sus productos de limpieza a cuestas. Su jornada comienza en una peluquería, donde limpia cristales, trapea suelos llenos de pelos, desinfecta baños y ordena toallas. Por ese trabajo cobra 20 euros por casi dos horas.. En el resto de sus encargos, el promedio es de 13 euros por hora. Si ese día hace cuatro horas, son 52 euros; si logra más turnos, puede alcanzar los 130 o incluso 150 euros. Pero no todos los días son así. «Hay semanas que entre todo junto sacaba 90 euros. Y con eso no se vive», afirma.. La importancia de la confianza. Además del esfuerzo físico, hay una parte emocional invisible pero fundamental en este tipo de trabajos: la confianza. Mónica tiene las llaves y las claves de acceso de todas las casas donde trabaja. «Eso es más importante que el dinero», asegura. Aunque ha conocido casos en los que otras personas han robado, ella insiste en que su mayor capital es la honestidad, y que la mayoría de sus empleos han llegado por recomendación.. Adaptarse para sobrevivir. Trabajar para familias extranjeras, especialmente alemanas o inglesas, implica también adaptarse a ciertas normas: no usar zapatos dentro de casa, estar en medias o incluso descalza. Todo forma parte de un trabajo que requiere más flexibilidad de la que muchas veces se reconoce.. Pero la vida de Mónica no siempre fue estable. «Llegué a estar tres días en la calle, sin un sitio donde dormir ni dinero para pagar una habitación», cuenta. Solo gracias a una amiga logró empezar de nuevo y construir una red de clientas fijas. Hoy vive con sus hijas en un piso de tres habitaciones por el que paga 750 euros al mes. «La calidad de vida aquí es buena, pero los gastos también. Hay que trabajar mucho para llegar a fin de mes».. Una vida digna, sin adornos. Aunque muchas veces se romantiza el trabajo independiente o se idealiza la vida en las islas, Mónica pone los pies en la tierra: «No quiero soltar los clientes que tengo, quiero hacerlo todo bien, pagar mis impuestos y quedarme aquí. La tranquilidad no tiene precio».. Su testimonio es un recordatorio claro de que hay trabajos invisibles que sostienen nuestras vidas, realizados por personas que -como Mónica- no piden aplausos, pero sí respeto.
Sin filtros ni romantización, Mónica relata cómo es trabajar como empleada del hogar en Mallorca, un oficio tan esencial como infravalorado
No quiere compasión, solo respeto. Mónica tiene 38 años y es una de las tantas mujeres que trabajan como limpiadoras por horas en España. Su historia fue contada en el canal Elandrevlog, donde dejó en claro que detrás de cada casa impecable hay una vida compleja, esfuerzo físico y jornadas que comienzan antes del amanecer.. Una rutina agotadora por 13 euros la hora. «Me levanto a las seis menos diez porque entro a trabajar a las siete y media», cuenta Mónica. Cada día encadena varias casas, locales y apartamentos, recorriendo Palma en autobús con sus productos de limpieza a cuestas. Su jornada comienza en una peluquería, donde limpia cristales, trapea suelos llenos de pelos, desinfecta baños y ordena toallas. Por ese trabajo cobra 20 euros por casi dos horas.. En el resto de sus encargos, el promedio es de 13 euros por hora. Si ese día hace cuatro horas, son 52 euros; si logra más turnos, puede alcanzar los 130 o incluso 150 euros. Pero no todos los días son así. «Hay semanas que entre todo junto sacaba 90 euros. Y con eso no se vive», afirma.. La importancia de la confianza. Además del esfuerzo físico, hay una parte emocional invisible pero fundamental en este tipo de trabajos: la confianza. Mónica tiene las llaves y las claves de acceso de todas las casas donde trabaja. «Eso es más importante que el dinero», asegura. Aunque ha conocido casos en los que otras personas han robado, ella insiste en que su mayor capital es la honestidad, y que la mayoría de sus empleos han llegado por recomendación.. Adaptarse para sobrevivir. Trabajar para familias extranjeras, especialmente alemanas o inglesas, implica también adaptarse a ciertas normas: no usar zapatos dentro de casa, estar en medias o incluso descalza. Todo forma parte de un trabajo que requiere más flexibilidad de la que muchas veces se reconoce.. Pero la vida de Mónica no siempre fue estable. «Llegué a estar tres días en la calle, sin un sitio donde dormir ni dinero para pagar una habitación», cuenta. Solo gracias a una amiga logró empezar de nuevo y construir una red de clientas fijas. Hoy vive con sus hijas en un piso de tres habitaciones por el que paga 750 euros al mes. «La calidad de vida aquí es buena, pero los gastos también. Hay que trabajar mucho para llegar a fin de mes».. Una vida digna, sin adornos. Aunque muchas veces se romantiza el trabajo independiente o se idealiza la vida en las islas, Mónica pone los pies en la tierra: «No quiero soltar los clientes que tengo, quiero hacerlo todo bien, pagar mis impuestos y quedarme aquí. La tranquilidad no tiene precio».. Su testimonio es un recordatorio claro de que hay trabajos invisibles que sostienen nuestras vidas, realizados por personas que -como Mónica- no piden aplausos, pero sí respeto.