Aquel 8 de julio de 1990, Yolanda Ruiz, que entonces tenía 14 años, no tenía muchas ganas de saltar desde el espigón de la playa de El Puig, en Valencia, como solía hacer con sus amigos y primos. Sin embargo, lo hizo. «Primero se tiró mi primo, luego su amigo. Me tocaba a mí. No me apetecía, sentía que había algo diferente. El salto no era alto, apenas metro y medio, pero la ola que debía amortiguar mi caída había pasado justo en ese instante. Calculé mal y mi salto de cabeza acabó directamente en el fondo. Me estampé contra la arena», relata esta valenciana a LA RAZÓN.
Nunca imaginó que esa decisión cambiaría su vida para siempre. El cuerpo de Yolanda, de 1,72 metros, cayó como un peso muerto y golpeó la arena con violencia. No perdió el conocimiento, pero supo al instante que algo iba mal. Flotaba en el agua, pero su cerebro no lograba activar los músculos. Intentaba moverse, y no podía. Intentaba gritar, y no salía nada. Se estaba ahogando.
Nadie, salvo ella, se dio cuenta de que algo había pasado. Sus primos pensaban que estaba jugando, dejándose flotar. «Mi cuerpo se quedó flotando boca abajo, con el culo para afuera, y ellos pensaban que estaba haciendo el tonto, que formaba parte del juego. Pero yo me estaba ahogando, no podía moverme, mi cuerpo no respondía, pero mi mente estaba lúcida. Me estaba ahogando», relata emocionada pese a que han pasado más de 30 años desde aquel fatídico día.
Fue entonces cuando un adulto que estaba cerca comprendió lo que estaba ocurriendo. «Sacadla del agua, pero no la toquéis, llevadla flotando y subidla a la colchoneta», indicó el hombre que se percató de la gravedad de la situación.
«No salgo de aquí»
Esa intervención rápida le salvó la vida, aunque esta no volvería a ser la misma para la adolescente. Yolanda, consciente en todo momento, solo pensaba en una frase que se le clavó en la mente: «No salgo de aquí». La llevaron en volandas a la orilla, sin moverla. Su tía, que había acudido con la familia, tenía una furgoneta familiar. No hubo ambulancia ni protocolos de emergencia, «eran otros tiempos», dice.
La trasladaron como pudieron al puesto de la Cruz Roja, y de allí directa al hospital. «Recuerdo todo lo que decían a mi alrededor, pero no podía moverme y solo quería dormir. Me hacían muchas preguntas, pero yo tenía sueño, me distraían para que no me durmiese».
Permaneció consciente hasta que, después de someterla a una resonancia, constatar el grado de su lesión y llevarla al quirófano, la sedaron. «Estuve 12 horas en quirófano. El diagnóstico fue devastador: rotura medular. Me había quedado tetrapléjica».
Sin embargo, reconoce a este diario que nadie le dijo directamente que nunca más podría volver a caminar: «Tal vez por ser menor de edad. Pero yo lo sabía. Sabía que no iba a moverme nunca más».
Pasó de quirófano a la UCI, y luego al Hospital La Fe. Permaneció tres meses encamada y durante once, el hospital fue su casa. «Con el tiempo lo fui naturalizando. Sabía que tenía que seguir adelante. Y tuve suerte, mi familia fue un apoyo enorme. Han tirado de mí siempre. Antes las cosas eran mucho más difíciles, pero conseguí salir adelante». Con esfuerzo. Mucho. Eso sí.
Farmecéutica y profesora
El proceso de enfrentarse a la vida fue lento y doloroso. Yolanda perdió dos años académicos. Al salir del hospital, no podía ni sostener un lápiz. «Me ataban un rotulador con cinta para poder firmar. Tardé mucho en recuperar la motricidad fina de los brazos», pero, a base de constancia, logró licenciarse en Farmacia y diplomarse en Magisterio. «Trabajé dos años como farmacéutica y luego trece años como maestra de Educación Infantil».
Pero su cuerpo le imponía límites. Los problemas derivados del accidente la obligaron a prejubilarse. Sin embargo, el espíritu luchador de Yolanda se resistía, así que tras decir adiós a la docencia formal decidió emprender la tarea de concienciación para evitar accidentes como el suyo. También para acompañar a quienes sufren este revés y afrontar el futuro. «Me uní a la Asociación de Personas con Lesión Medular y otras Discapacidades Físicas (Aspaym) para concienciar. Doy charlas, participo en comisiones. No se trata de prohibir tirarse de cabeza, sino de hacerlo con sentido común y en lugares seguros», explica.
Su optimismo y ganas de vivir se notan en cada palabra que pronuncia. Es consciente de que lo que le sucedió fue fruto de una decisión suya, pero no por ello hay que castigarse de por vida. «Eso sí, de todas las cosas que nos ocurren se aprende, y yo quiero aprovechar mi situación para evitar que a otros les ocurra. Los ríos no son seguros. El mar, tampoco. Hay que enseñar esto desde pequeños, igual que enseñamos a nadar. Me pongo mala cuando veo a alguien tirarse desde 10 metros. Yo me tiré desde metro y medio. Tirarse de cabeza al mar es como lanzarse contra un cristal».
Su lucha ha sido diaria y, gracias a su entorno, ha conseguido siempre encontrar la fortaleza para vivir. No fue sencillo. El trauma psicológico le persiguió durante años. No podía bañarse. Si le caía agua en la cabeza, se desmayaba. «Tardé mucho en volver a meterme en una piscina. Con el tiempo, volví a nadar. Sabía que tenía que hacerlo». No hizo terapia. No quiso. Su proceso de aceptación fue personal, silencioso. «Aprendí a no castigarme ni a preguntarme por qué. Ha pasado. Me ha tocado. Y ya está. Preguntarse por qué no te devuelve nada. Solo te hunde». Ahora, a sus 49 años, solo desea que «algo de lo que cuento en las charlas se les quede grabado a los jóvenes que me escuchan. Aunque solo sea uno, habrá valido la pena», confiesa.
El 8 de julio de 1990, Yolanda Ruiz, quien en ese entonces era una adolescente de 14 años, no se sentía muy entusiasmada por lanzarse desde el espigón de la playa de El Puig, en Valencia, algo que solía hacer frecuentemente con sus amigos y primos. No obstante, lo llevó a cabo. Primero se lanzó mi primo, después su amigo. Era mi turno. No tenía ganas, percibía que había algo que no era habitual. La altura del salto no era considerable, solo un metro y medio, pero la ola que se suponía iba a suavizar mi aterrizaje se había ido justo en ese momento. Hice un cálculo equivocado y mi salto de cabeza terminó directamente en el fondo. «Me choqué contra la arena», cuenta esta mujer de Valencia a LA RAZÓN. Nunca pensó que esa elección alteraría su vida para siempre.
A la edad de 14 años, estaba jugando con mis amigos en la playa de El Puig, en Valencia. No era la primera vez que lo intentaba, pero en esta ocasión hizo un cálculo incorrecto. Sufrió un fuerte impacto con el fondo, estuvo a punto de ahogarse y quedó tetrapléjica.
El 8 de julio de 1990, Yolanda Ruiz, quien en ese entonces era una adolescente de 14 años, no se sentía muy entusiasmada por lanzarse desde el espigón de la playa de El Puig, en Valencia, algo que solía hacer frecuentemente con sus amigos y primos. No obstante, lo llevó a cabo. Primero se lanzó mi primo, después su amigo. Era mi turno. No tenía ganas, percibía que había algo que no era habitual. La altura del salto no era considerable, solo un metro y medio, pero la ola que se suponía iba a suavizar mi aterrizaje se había ido justo en ese momento. Hice un cálculo equivocado y mi salto de cabeza terminó directamente en el fondo. «Me choqué contra la arena», cuenta esta mujer de Valencia a LA RAZÓN. Nunca pensó que esa elección alteraría su vida para siempre.