De aquellos días recuerdo los ojos de infinita tristeza de mi mujer, concejal, cuando se instaló en la Pista de Hielo de Majadahonda la morgue con sus filas de féretros perfectamente alineados. De la imagen de mi hermana cambiándose de ropa en el descansillo del ascensor para no meter «el bicho» en casa tras sus jornadas maratonianas en el Ifema. De mi amigo Arturo, médico jubilado, ofreciéndose voluntario para la primera línea de batalla. Del trabajo incansable de muchos compañeros del periódico, algunos de los cuales no podían saber que sus padres iban a engrosar las listas de muertos por la Covid unos días o unas semanas más tarde. De Isabel Díaz Ayuso, en las madrugadas de Barajas para asegurarse de que llegaban los EPIs, las mascarillas y los equipos de respiración forzada. También, claro, del Gobierno mintiéndonos con sus fantasmales comités de expertos y el desfile de uniformes estrellados por los platós televisivos.. Si traigo a cuento estos apuntes personales es para reclamar un poco de empatía a esos seres inmisericordes de la izquierda, esos soberbios narcisos a los que no se les cae de la boca el epíteto «asesinos», ya sea cuando lloramos los muertos de los trenes de Atocha, ya sea cuando la pandemia se lleva a los nuestros. Un poco de empatía, siquiera de caridad, antes de pensarse detenidamente la infamia con la que van a calumniar a los hermanos, los padres y las parejas de quienes, como Ayuso, les ganan las elecciones desde la defensa insolente de la libertad. Un poco de empatía hacia un político gallego al que se injuria vinculándole al narcotráfico, sin la menor consideración a lo que ha significado esa lacra para las familias de Galicia. Una mínima empatía para quienes no piensan como las huestes de la izquierda y están en su perfecto derecho de votar por el cambio político. Ni son fachas, ni asesinos de viejos, ni cómplices del terrorismo, ni lacayos de los poderosos, ni jueces venales, ni machistas violentos, ni integristas religiosos, ni brutales debeladores de la inmigración.. Porque Sánchez y sus gentes han llegado a insinuar conductas nazis en un político conservador alemán opuesto a su ataque a la Justicia. Porque desde la Tribuna del Congreso, con la potestad, que no autoridad, que otorga la Presidencia del Gobierno, se injuria al contrario, en una violencia verbal que daña profundamente la convivencia, por cuanto traslada el enfrentamiento al resto del cuerpo social. Porque llevar como bandera que la derecha nunca pueda gobernar no es sólo ciscarse en el derecho a la alternancia política, sino tomar por imbéciles a unos ciudadanos que ven cómo se deteriora su nivel de vida, cómo cae el poder adquisitivo de los salarios, cómo se convierte en una odisea imposible el acceso a la vivienda y se les quiere hacer creer que no hay más alternativa legítima que los de los burdeles, los que miran para otro lado cuando se homenajea a Miguel Ángel Blanco o, lo que es peor, los que se hacen los ofendiditos cuando les sacas la hemeroteca, prolífica y sabrosa, de ese Sánchez renegando de Bildu y de la amnistía; ese «adalid» de la lucha contra la corrupción y estricto exigente de responsabilidades políticas ajenas, que hoy, se nos hace la víctima, mientras suelta, como de pasada, el veneno de la foto de Feijóo, infama a Ayuso y, qué cosas, calla como una puerta al escuchar la palabra «sauna».
No hay nada peor que esos que se hacen los ofendiditos cuando hay que tirar de hemeroteca
De aquellos días recuerdo los ojos de infinita tristeza de mi mujer, concejal, cuando se instaló en la Pista de Hielo de Majadahonda la morgue con sus filas de féretros perfectamente alineados. De la imagen de mi hermana cambiándose de ropa en el descansillo del ascensor para no meter «el bicho» en casa tras sus jornadas maratonianas en el Ifema. De mi amigo Arturo, médico jubilado, ofreciéndose voluntario para la primera línea de batalla. Del trabajo incansable de muchos compañeros del periódico, algunos de los cuales no podían saber que sus padres iban a engrosar las listas de muertos por la Covid unos días o unas semanas más tarde. De Isabel Díaz Ayuso, en las madrugadas de Barajas para asegurarse de que llegaban los EPIs, las mascarillas y los equipos de respiración forzada. También, claro, del Gobierno mintiéndonos con sus fantasmales comités de expertos y el desfile de uniformes estrellados por los platós televisivos.. Si traigo a cuento estos apuntes personales es para reclamar un poco de empatía a esos seres inmisericordes de la izquierda, esos soberbios narcisos a los que no se les cae de la boca el epíteto «asesinos», ya sea cuando lloramos los muertos de los trenes de Atocha, ya sea cuando la pandemia se lleva a los nuestros. Un poco de empatía, siquiera de caridad, antes de pensarse detenidamente la infamia con la que van a calumniar a los hermanos, los padres y las parejas de quienes, como Ayuso, les ganan las elecciones desde la defensa insolente de la libertad. Un poco de empatía hacia un político gallego al que se injuria vinculándole al narcotráfico, sin la menor consideración a lo que ha significado esa lacra para las familias de Galicia. Una mínima empatía para quienes no piensan como las huestes de la izquierda y están en su perfecto derecho de votar por el cambio político. Ni son fachas, ni asesinos de viejos, ni cómplices del terrorismo, ni lacayos de los poderosos, ni jueces venales, ni machistas violentos, ni integristas religiosos, ni brutales debeladores de la inmigración.. Porque Sánchez y sus gentes han llegado a insinuar conductas nazis en un político conservador alemán opuesto a su ataque a la Justicia. Porque desde la Tribuna del Congreso, con la potestad, que no autoridad, que otorga la Presidencia del Gobierno, se injuria al contrario, en una violencia verbal que daña profundamente la convivencia, por cuanto traslada el enfrentamiento al resto del cuerpo social. Porque llevar como bandera que la derecha nunca pueda gobernar no es sólo ciscarse en el derecho a la alternancia política, sino tomar por imbéciles a unos ciudadanos que ven cómo se deteriora su nivel de vida, cómo cae el poder adquisitivo de los salarios, cómo se convierte en una odisea imposible el acceso a la vivienda y se les quiere hacer creer que no hay más alternativa legítima que los de los burdeles, los que miran para otro lado cuando se homenajea a Miguel Ángel Blanco o, lo que es peor, los que se hacen los ofendiditos cuando les sacas la hemeroteca, prolífica y sabrosa, de ese Sánchez renegando de Bildu y de la amnistía; ese «adalid» de la lucha contra la corrupción y estricto exigente de responsabilidades políticas ajenas, que hoy, se nos hace la víctima, mientras suelta, como de pasada, el veneno de la foto de Feijóo, infama a Ayuso y, qué cosas, calla como una puerta al escuchar la palabra «sauna».