Durante el verano, encontrar frescura en la naturaleza se ha vuelto una actividad casi automática para escapar del calor. Mucho tiempo antes de que se creara el aire acondicionado o las bebidas isotónicas, los romanos contaban con sus propias técnicas para hacer frente al intenso calor. Una de sus plantas preferidas era una especie que crecía de forma espontánea a la orilla de senderos y campos. Conocida científicamente como Cichorium intybus y perteneciente a la familia de las asteráceas, la achicoria es una planta que presenta flores azules y un sabor amargo, la cual ha sido empleada durante siglos tanto como alimento como con propósitos medicinales. Hoy en día, la ciencia ha validado numerosas propiedades que los romanos ya sospechaban, especialmente en relación al manejo de la temperatura corporal y la optimización de la digestión. Esta planta que contribuía a regular la temperatura del cuerpo. Durante el periodo romano, la achicoria se cultivaba y se utilizaba con regularidad, especialmente en su presentación de hojas frescas o cocidas. Su utilización no fue accidental. En los calurosos veranos de Hispania, Galia o el norte de África, esta planta contribuía a regular la temperatura interna del cuerpo. Su habilidad para revitalizar el cuerpo se debe, entre otras cosas, a su elevado contenido de agua y minerales como el potasio y el magnesio, que son clave para mantener el equilibrio de electrolitos en situaciones de calor intenso. Además, su ingesta promovía la diuresis natural, lo que ayudaba a prevenir la retención de líquidos y a eliminar toxinas mediante la orina, una manera efectiva de regular la temperatura corporal de manera natural. Uno de los aspectos más valorados por los romanos en la achicoria era su capacidad para facilitar la digestión.
La achicoria, que ha sido pasada por alto por algunos y recientemente revalorizada por la investigación científica, jugó un papel importante en el Imperio romano al ayudar a soportar las altas temperaturas y mejorar la digestión en los meses más calurosos del año.
Durante el verano, encontrar frescura en la naturaleza se ha vuelto una actividad casi automática para escapar del calor. Mucho tiempo antes de que se creara el aire acondicionado o las bebidas isotónicas, los romanos contaban con sus propias técnicas para hacer frente al intenso calor. Una de sus plantas preferidas era una especie que crecía de forma espontánea a la orilla de senderos y campos. Conocida científicamente como Cichorium intybus y perteneciente a la familia de las asteráceas, la achicoria es una planta que presenta flores azules y un sabor amargo, la cual ha sido empleada durante siglos tanto como alimento como con propósitos medicinales. Hoy en día, la ciencia ha validado numerosas propiedades que los romanos ya sospechaban, especialmente en relación al manejo de la temperatura corporal y la optimización de la digestión. Esta planta que contribuía a regular la temperatura del cuerpo. Durante el periodo romano, la achicoria se cultivaba y se utilizaba con regularidad, especialmente en su presentación de hojas frescas o cocidas. Su utilización no fue accidental. En los calurosos veranos de Hispania, Galia o el norte de África, esta planta contribuía a regular la temperatura interna del cuerpo. Su habilidad para revitalizar el cuerpo se debe, entre otras cosas, a su elevado contenido de agua y minerales como el potasio y el magnesio, que son clave para mantener el equilibrio de electrolitos en situaciones de calor intenso. Además, su ingesta promovía la diuresis natural, lo que ayudaba a prevenir la retención de líquidos y a eliminar toxinas mediante la orina, una manera efectiva de regular la temperatura corporal de manera natural. Uno de los aspectos más valorados por los romanos en la achicoria era su capacidad para facilitar la digestión.