Mi familia es una familia normativa. Madre, padre y dos hijos a criar. Todo bien. También están bien, sin embargo, otros modelos de familia. Están bien y estupendamente las familias formadas por dos padres, por dos madres. Por una madre y su hija. Por un padre y su bebé. Están también fenomenales las familias formadas por una madre y une padre, por dos abuelos y sus nietos, por tres personas y dos perros, por la señora del quinto y su cotorra.. Seguir leyendo
Mi familia es una familia normativa. Madre, padre y dos hijos a criar. Todo bien. También están bien, sin embargo, otros modelos de familia. Están bien y estupendamente las familias formadas por dos padres, por dos madres. Por una madre y su hija. Por un padre y su bebé. Están también fenomenales las familias formadas por una madre y une padre, por dos abuelos y sus nietos, por tres personas y dos perros, por la señora del quinto y su cotorra.. Dejemos a la gente que componga su familia como le dé la real gana. Que la haga tan grande o tan pequeña como quieran, tan inamovible o tan elástica como sientan. Y diré más: dejemos de hacernos trampas al solitario en esto del sentir familiar, dejemos atrás los preceptos de la sangre como si esta, la sangre, el compartirla, fuera la rehostia.. Históricamente hemos dado a la sangre una importancia desmesurada. Se han librado guerras en su nombre, se han callado vileces, se han cortado cabezas. Se han hecho verdaderas calamidades y auténticas chorradas. Y no digo yo que la sangre como herramienta relacional sea inútil del todo. Puede que esté bien tenerla como algo parecido a una base de la que partir pero esta relación biológica no puede ser límite ni presunción alguna. Dar por supuesta la familia al compartir la sangre es un error. Entender la sangre como única relación familiar válida, un desastre.. La familia no debe ser límite o frontera. La familia es un lugar donde hallarse, un hogar donde crecer, vivir e incluso morirse. Christian Fernández Mirón lo decía bien claro en su diario de crianza: Familia es quien te cuida en presente continuo. Nada más. Esto, las familias, son un espacio de cuidados. Los afectos compartidos deben ser el centro familiar.. Partiendo de esta base preguntémonos: ¿Estamos a la altura de nuestras propias familias? ¿Tenemos estos cuidados en el centro de nuestros núcleos familiares? Si la respuesta es que no, pongamos solución a ello. Dejemos de llenarnos la boca con el concepto familia y empecemos a ponerla en práctica. Recodifiquémosla si hace falta, rehagámosla y, entonces, ahí sí, cuidemos de los nuestros. Dejémonos cuidar. Digamos a la gente que queremos que los queremos. Digamosles que estamos aquí, que seguimos aquí para ayudarles, para acompañarlos, para compartir con ellos esto de estar vivo. Y hagámoslo.. Quiero pensar que así, cuidándonos los unos a los otros dejaremos de ser unos y otros. La familia como espacio de afectos debe ser tan solo un punto de partida para cuidarnos más entre todos, para ejercitar esto de la empatía, para, a fin de cuentas, parar los pies a este individualismo atroz que nos acecha. Recodificar la familia primero y hacerla efectiva después puede darnos músculo para cuidar a los demás más allá de ella. Si le quitamos a la sangre este poder absoluto que viene acumulando seremos más capaces de cuidar a los padres, madres e hijos de otros, a los dos padres, las dos madres, la madre y su hija, el padre y su bebé, la madre y le adre, los dos abuelos y sus nietos, las tres personas y dos perros, la señora del quinto y su cotorra.. Ante la deshumanización de la humanidad convirtamos los afectos en trinchera.
Dejemos a la gente que componga su familia como le de la real gana, que la haga tan grande o tan pequeña como quiera