Estos días he estado revisando los perfiles de las influencers de moda y debo admitir que todas son muy atractivas y les sienta el bikini como a mí nunca me ha quedado. Por un lado, existen las tastemakers en el ámbito de belleza y moda, y por otro, hay figuras que se convierten en referentes en temas como el feminismo y el empoderamiento. Por supuesto, igualmente muy bellas. Desde la perspectiva del cuñadismo en el que estoy inmerso, considero que estas últimas son algo indispensables. No se enfocan en el grupo de tías abuelas al que pertenezco, pero todavía hay chicas que necesitan que alguien les recuerde (de manera más o menos elegante) que un no es un no rotundo. Aparte de esa misión (que ellos consideran importante), hay algo un poco desconcertante en sus mensajes. No es necesario mencionar de nuevo que tienes una cita con un hombre para tener relaciones, ni repetir que tu novio tiene una gran figura en la Torre Pelli, o cómo disfrutas de tus vacaciones en lugares extraordinarios para tus seguidores, hablando, por ejemplo, de lo sorprendentes que son los baños en Japón o la paz espiritual que se siente en Bali. Para su audiencia, resulta inalcanzable y para los demás es un poco demasiado juvenil. En cuanto a las influencers de moda, se trata de algo diferente. Principalmente porque todas sus experiencias ocurren en las Baleares, a bordo de barcos, y las situaciones que las convierten en superhéroes giran en torno a un tren que llega tarde, una maleta perdida en un vuelo, un sarpullido en el brazo, la dificultad para seleccionar ropa para tres días en Alemania, o (lo cual me preocupa por el nivel de confusión que experimentan) haber presionado el botón de pánico en una casa, provocando la llegada de la Guardia Civil, y al final todo resultó ser un gato rondando un contenedor.
Quiero dejar claro que no estoy en desacuerdo con los nuevos empleos, actividades y formas de entretenimiento que han surgido debido a las redes sociales.
He estado observando en estos días los perfiles de las influencers de moda y debo admitir que todas son muy atractivas y les sienta el bikini de una manera que a mí jamás me ha quedado. Existen las tastemakers en el ámbito de la belleza y la moda, y también hay quienes se convierten en referentes en otros temas, como el feminismo y el empoderamiento. Igualmente muy bellas, por supuesto. Desde mi perspectiva actual, que se deriva de la situación de cuñadismo en la que me encuentro, considero que estas últimas son algo imprescindibles. No se enfocan en el grupo de tías abuelas al que pertenezco, pero todavía hay chicas que necesitan que alguien les recuerde (de forma más o menos elegante) que un no siempre significa no. Aparte de esa tarea (que ellos ven como importante), hay algo un poco inquietante en sus mensajes. No es necesario reiterar que has concertado una cita con alguien para tener relaciones sexuales, ni mencionar que tu pareja tiene algo impresionante en su bermuda, o cómo disfrutas de tus vacaciones en lugares inaccesibles para tu audiencia, describiendo, por ejemplo, lo increíbles que son los baños en Japón o la paz espiritual que se encuentra en Bali. Para su audiencia resulta imposible de alcanzar, mientras que para los demás parece un poco demasiado juvenil. La situación con las influencers de moda es diferente. Principalmente porque todas sus aventuras ocurren en las Islas Baleares, a bordo de barcos, y las situaciones que las convierten en superhéroes incluyen un tren con retraso, una maleta perdida en un vuelo, un sarpullido en el brazo, la dificultad para seleccionar outfits para tres días en Alemania, o (lo que realmente me sorprendió por el nivel de confusión que me producían) el haber activado el botón de pánico en una casa, provocando la llegada de la Guardia Civil, solo para descubrir que todo era causado por un gato que rondaba un contenedor.